Nos vemos en Valhalla

Una de las razones por las que siempre me han fascinado los relatos bélicos es tratar de entender los motivos que pueden llevar a un ser humano a realizar actos que trascienden lo que se espera de nuestros espíritus mundanos y corrientes.

En los ‘Cantos populares de la Antigua Roma’, el historiador Thomas B. Macaulay relata que en 508 AC los romanos divisan al ejército etrusco acercándose a la ciudad. Horacio Cocles, el capitán de la puerta que da a río Tíber, decide enfrentar en solitario al enemigo mientras sus compatriotas demuelen el único puente que permite el acceso a Roma:

“Habló pues el valiente Horacio, capitán de la puerta:
A todo hombre de esta tierra tarde o temprano le llega la muerte.
¿Qué mejor manera de morir puede tener un hombre
que la de enfrentarse a su terrible destino,
defendiendo las cenizas de sus padres
y los templos de sus dioses?»

Lays of Ancient Rome – 1842

Más reciente es la historia del Sargento Thomas A. Baker. Miembro de la fuerza expedicionaria del Ejército de los Estados Unidos, participó en 1942 en la captura de Saipan de manos de los japoneses. Él y sus compañeros fueron sorprendidos por una carga de 5000 soldados enemigos. Baker, herido de bala, fue cargado por sus compañeros. Sabedor que eso retrasaría la retirada, les pidió que lo dejaran con una pistola Colt 1911 y un cargador con 8 tiros para ‘comprarles algo de tiempo’. Semanas después, cuando las tropas estadounidenses finalmente capturaron la isla, encontraron el cuerpo del Sargento Baker junto al árbol donde lo habían dejado, frente a los cuerpos de ocho soldados japoneses. Fue condecorado con la Medalla de Honor de forma póstuma.

Pero mi favorita es la de Heinrich Ehrler, un distinguido piloto de combate alemán que sirvió durante la Segunda Guerra Mundial. Considerado un as, obtuvo 208 victorias confirmadas. En 1944 fue asignado como responsable de la defensa del acorazado Tirpitz, el último gran buque que le quedaba a la Kriegsmarine. Un fallo en la comunicación entre la marina y la fuerza aérea ocasionó que su ala de combate no estuviera en el lugar correcto para interceptar a los bombarderos Lancaster de la Fuerza Aérea Británica, lo que resultó en el hundimiento del barco insignia de la flota.

Sometido a corte marcial, Ehrler fue relevado del mando y sentenciado a prisión.

Pero la guerra se acercaba a su fin. En febrero del año siguiente fue perdonado por Hermann Göring y asignado a ‘la defensa del Reich’, derribando 8 aviones con su jet de combate ME 262. El 4 de abril de 1945, menos de un mes antes de la caída de Berlín, el Mayor Ehrler y su escuadrón atacaron a un grupo de bombarderos B-24, derribando él a dos de ellos pero siendo dañado su avión por el fuego defensivo. Ehrler enfrentó a un tercer bombardero, llamó por radio a su base y dijo:

«Theo, Heinrich hier, hab keine Munition mehr. Werde sie rammen. Wir sehen uns in Walhalla!»

En español «Theo, aquí Heinrich, ya no tengo municiones. Lo embestiré. Nos vemos en Valhalla!» La explosión tras el choque destruyó ambos aviones. El cuerpo del Mayor Ehrler fue encontrado al día siguiente.

Estas y otras historias similares han inspirado innumerables obras, libros y películas durante siglos, y creo que lo seguirán haciendo por un buen rato más. ¿Por qué aún hoy en día, en la época más pacífica de la historia, seguimos disfrutando de relatos de guerra y violencia? En lo personal, porque creo que los grandes conflictos revelan lo que las personas somos capaces de hacer, y que todos esperamos (¿O aspiramos?) a la oportunidad de mostrar valentía y heroísmo.

O quizá, como dijo Charles Bukowski ‘…porque ninguna buena historia comienza con: Estaba yo comiéndome una ensalada’.

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